miércoles, 2 de mayo de 2012

LA MUERTE SEDIENTA


Quizá no de la manera convencional, esperaba la cercanía de aquella mujer a la que muchos temen, en su mayor parte por la incertidumbre que provoca lo que hay detrás de su velo, y otra parte porque su presencia es la irrefutable despedida de esta vida como uno la percibe, aunque ésta fuese buena o mala, siempre es molesto despedirse de ella.

Y en mis horas de ocio me gustaba buscarla detrás de los árboles, o debajo de las camas, como en aquellas pesadillas infantiles, para sacar no más que un buen susto si alguna lechuza se le ocurría salir de su escondite o en el caso de las faldas de las camas, si algún calcetín extremadamente sucio se hacía pasar por animal muerto.

Pero dentro de mi presumiblemente vasta imaginación, jamás hubiera acertado a mi muerte detrás de la fila de los autos, en hora pico cuando el tráfico forma parte del único segundo suspendido por los dioses de la burla.

Y ahí estaba la muerte, con una facha muy poco original he de decirlo, con una calva a la que le brotaban largos mechones de manera aislada y que le cubrían la mitad de la cara aparentemente arrugada y la otra mitad la presumía tersa y radiante. Sus ojos eran grandes y negros, no parecían que me observaran pero yo aseguro que lo hacían pues desde el momento que lo sentí, comencé a transpirar los frijoles que llevaba comiendo toda la semana, y después comencé a sentir una tremenda sed, que me hizo pensar que era la trampa de aquella mortal conductora para hacerme orillar hacia alguna tienda, y entonces llevarme en sus brazos.

Fui fuerte y continué mi lento camino, cada dos minutos podíamos avanzar apenas unos 3 metros, por lo que la esperanza de llegar pronto al seguro destino se difuminaba con las melodiosas cornetas de los demás automovilistas que, por alguna razón piensan que si crean aquel sonoro espectáculo, una fuerza mágica nos moverá más aprisa.

La muerte seguía detrás de mi fila, a sólo dos autos de diferencia, implacable, sin mostrar señas del calor, o del tráfico, sólo mirando al frente, como cuando se mira al horizonte dentro de un velero en altamar.

"!...que la muerte esta detrás de mi!..." le explicaba al automovilista de al lado, al que no quería convidarme de su refrescante botella de agua, obviamente, me miró con desprecio, y subió el volumen de su radio - claro está porque a pleno sol, subir el vidrio no es lo práctico - y entonces ¿de que otra manera evitas a los acompañantes de tráfico cuando te piden agua a mitad de la carretera?

"Ea! Si la muerte me lleva hoy por haberme orillado a conseguir agua, te juro que la acompañaré cuando venga por ti"! Le grite agitando la mano.

Miré de reojo por el retrovisor, y ahí seguía aquella mujer, esperando que de algún modo los autos se acomodaran de manera que quedáramos a la par, pero eso no sucedía pues yo era más hábil al volante, y procuré distraerme por los huecos de las salpicaderas de los autos antes de seguir pensando en la tremenda sed. Pero poco avanzabábamos y comenzaba a torturarme aquel precavido automovilista que cargaba su botella de agua y que no quería convidarme, podía ver como se escapaban pequeñas gotas de sus labios mientras se empinaba la botella que sudaba de frescura en medio de aquel paisaje metálico y yo, con la muerte por detrás y la sed por delante y fue entonces que permití que el placer me sucumbiera antes que la muerte.

Orillé mi auto, para adquirir en una tienda muchas bebidas de diferentes sabores y aromas, las bebí hasta saciarme, y cuando terminé la última botella, la muerte me esperaba recargada en la puerta de mi auto.

"¿Ya vez? No era tan difícil, sólo tenias que beber un poco para pasar al inframundo, así no te quemarás en la leña de lo eterno y subirás al cielo durante 100 años cada vez que alguien le ceda agua a un desconocido" Dijo la mujer de manera maternal.

Entonces recordé al pérfido que no me convidó y a la muerte le pregunte:

¿...puedo acompañarte cuando vayas por los envidiosos que no convidan agua...?

Y fue entonces que me verás muy cerquita de ti en el tráfico, en los estadios, en las calles y en los balnearios, acompañando a la muerte para recoger a los que no convidan agua y agradeciendo a los que si lo hacen para que me regalen 100 años de paraíso.

FIN

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