jueves, 20 de diciembre de 2012

EL MAGO DE LA PALABRA






Bueno, bueno, esta historia que les voy a contar, no es una bagatela que debas olvidar, o que la consideres un asunto de leyenda o mito, es una cuestión para que uno abra bien los ojos para darse cuenta que es cierto, y si no me creen, cuando menos lo esperen, serán víctimas del mago de la palabra, si bien que yo lo sé, pues mas de una vez quedé presa de una fiesta de letras que bueno, "pa#180;qué les cuento mas".

Pues resulta que en eras pasadas, había unos ancianos que si bien no contribuían a su comunidad cargando grandes troncos de madera para las chimeneas, o cazaban enormes bestias para el alimento, lo hacían con un asunto mucho mas esencial.
Utilizaban un arma poderosa llamada palabra, y la usaban con tal destreza que aun puedo mirarlos nítidamente a cada anciano, sentado en una hamaca, o quizá en alguna banqueta, - a ellos ya no les importa ensuciarse, es parte de su fantástica virtud que los hace tan sabios y poderosos- y comenzaban a hablar así:

"Cuando joven, trabajaba en una mina de San Luis Potosí, allá por el norte fue donde nací y ahí mismo fue donde aprendí sobre aquellos espíritus de la buena suerte, que siempre te acompañan si devuelves lo extraviado"

Y uno sin saber, caía presa del mago de la palabra y entonces los niños crecíamos devolviendo cosas extraviadas:
"¿Quién sabe si sea cierto, pero por si las "moscas.." Decíamos de niños.

Tanto aprendimos de su palabra que la maldad se quedó sola convirtiéndose en persona oscura, cuyo camino serpenteaba entre las aldeas, y cuando pasaba fuera de las cabañas intentando contagiar de negro la lengua de los habitantes, los ancianos lo remendaban siempre con su dulce palabra.

Fue entonces que la maldad los secuestró llevándoselos en un manto de silencio, dejándonos a todos a merced de su amargura.

Pero no se abrumen catarinas y escarabajos que aunque ya no he vuelto a ver mi abuelo, él me enseño a buscarlo en sueños, o al despertar cuando el alba dibuja todo el jardín o en los crepúsculos cuando las sombras de los árboles se van haciendo chiquitas, -en realidad no importa a qué hora- lo llamo para que me susurre cuentos de miel, cuentos de catarinas o cuentos de cosquillas, para que la persona oscura que llama a mi casa de vez en cuando, se convierta también en mago de la palabra.

Por eso, usa bien las palabras, no digas por decir, esto que te digo, es un arma poderosa, no lo uses para lastimar y sobre todo, cuenta con ella para calmar a los corazones descobijados.
FIN

Dedicado a mi abuelo que sigue contándome historias aun cuando ya no comparta con él la cena de cada domingo.


fotografias sacadas de: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizrf9uOPbc-2coJuQvH7L3mSZpr9UfKyeaHlUw9pIoopGJtrmpB6e2FswDfIPglxC4fv8UnjSNqhroSg2SFgJsJaPjJdp9SlAYAhSTo9p-7XKeSoDDT9-oGItu5_7DIOZQT1atr5rUcSL1/s1600/El+viejito+de+Bellas+Artes.JPG

viernes, 7 de diciembre de 2012

EL AMIGO SUICIDA



           Ilustracion de: Jose Abel Gonzalez Pacheco Flores

Iba enfilada junto con otros autos en la hora en que todos salimos de nuestros trabajos.
Como muchos, a veces decido entretenerme escuchando música, otras veces sólo pensando en paparruchas, y otras veces - confieso que son pocas- observo a los rascacielos, ¿quién sabe? Quizá ahí arriba haya algo más interesante que ver a los compañeros automovilistas hurgándose la nariz o cantando como si estuvieran bajo su bañera.

Y una vez descubrí como unos abejorros ingenieros tomando medidas en una pista de aterrizaje para helicópteros, y con envidia notaba cómo se asomaban desde la cornisa midiendo y sumando, y eso si, muy concentrados sin pensar en aquellas tremendas alturas.

Y me gustaba convertirme en un puntito que ellos miran desde el cielo, una marca minúscula que se va moviendo lentamente en compañía de otros

Así pues, fue como conocí a mi amigo suicida, ya que en una tarde de viernes, cuando los autos están más lentos que nunca, pude observar que en el techo de un alto edificio, había una palapa veraniega y sobre ella se presumía un insecto con tenis rojos que se movía de un lado a otro.
Parecía preocupado o desesperado, no se puede saber mucho de tan solo ver como camina un insecto en la orilla de un alto edificio, pero por mi vasta experiencia de observadora de emociones puedo decir, que estaba considerando acabar con su vida.

                       
Y yo, una diminuta catarina, con toda esa impotencia que te da estar en la flemática circulación, sin saber qué hacer, no me quedó mas remedio que agitar mi mano fuera del auto.
"¡Ea! señor insecto de tenis rojos" No brinque ud. de tan alto, que nuestras alas no están hechas para planear desde tan grandes alturas" Le dije "sensatamente"

Pero obvio, aquel insecto no tenia cabeza para mirarme, se veía muy concentrado siguiendo sus propios pasos, moviendo sus manos de un lado a otro, tocándose constantemente la cabeza, una que otra vez se tocaba la cara como si se secara las lágrimas y no quise pensar lo que le provocó llegar hasta ahí.

"¡Ea señor insecto de tenis rojos! Aquí abajo, aquiiii no esta solo ud!" Le grite con mas ahínco mientras los otros automovilistas me veían como una catarina que había perdido la razón (que por cierto, aquel día, quién sabe donde demonios la había dejado, debo confesarlo)

Con tanta fuerza expresé mis ánimos que logré que aquel insecto suicida mirara hacia donde yo estaba, y por fin nos encontramos las caras.
Yo no dejaba de agitar mi mano y sonreírle como si fuésemos viejos amigos, por un instante se quedo inmóvil mientras yo seguía gritándole que no estaba solo.

Al entender mi mensaje el amigo suicida se sentó a llorar, eso si se vio clarísimo, y quise volar hasta donde sus alas vibraban de tanto sollozo para poder acompañarlo, pero como todo lo que empieza termina, inicio la fluidez del el trafico y me alejé de aquel lugar sin perder de vista a mi amigo suicida.
"Adiós amigo suicida! No se vaya a ud. a caer! Yo vendré todos los días a saludarlo"

Le dije mientras ponía mi mano sobre mi frente en forma de visera para contemplar bien clara la sonrisa que le había logrado arrancar.

Al siguiente día, lo busqué nuevamente, y con sorpresa lo encontré muy erguido y con unos binoculares colgados en su cuello, agitando también su mano. Así fue como el amigo suicida me robo una sonrisa en medio del tráfico. Y cada día que pasa, nos buscamos a lo lejos, sólo agitando las manos para saber que uno no esta solo en este mundo bestial.

Así que, si un día tienes un problemas, no dudes en agitar tu mano hacia el cielo, allá arriba siempre habrá alguien que te devolverá el saludo.