viernes, 7 de diciembre de 2012

EL AMIGO SUICIDA



           Ilustracion de: Jose Abel Gonzalez Pacheco Flores

Iba enfilada junto con otros autos en la hora en que todos salimos de nuestros trabajos.
Como muchos, a veces decido entretenerme escuchando música, otras veces sólo pensando en paparruchas, y otras veces - confieso que son pocas- observo a los rascacielos, ¿quién sabe? Quizá ahí arriba haya algo más interesante que ver a los compañeros automovilistas hurgándose la nariz o cantando como si estuvieran bajo su bañera.

Y una vez descubrí como unos abejorros ingenieros tomando medidas en una pista de aterrizaje para helicópteros, y con envidia notaba cómo se asomaban desde la cornisa midiendo y sumando, y eso si, muy concentrados sin pensar en aquellas tremendas alturas.

Y me gustaba convertirme en un puntito que ellos miran desde el cielo, una marca minúscula que se va moviendo lentamente en compañía de otros

Así pues, fue como conocí a mi amigo suicida, ya que en una tarde de viernes, cuando los autos están más lentos que nunca, pude observar que en el techo de un alto edificio, había una palapa veraniega y sobre ella se presumía un insecto con tenis rojos que se movía de un lado a otro.
Parecía preocupado o desesperado, no se puede saber mucho de tan solo ver como camina un insecto en la orilla de un alto edificio, pero por mi vasta experiencia de observadora de emociones puedo decir, que estaba considerando acabar con su vida.

                       
Y yo, una diminuta catarina, con toda esa impotencia que te da estar en la flemática circulación, sin saber qué hacer, no me quedó mas remedio que agitar mi mano fuera del auto.
"¡Ea! señor insecto de tenis rojos" No brinque ud. de tan alto, que nuestras alas no están hechas para planear desde tan grandes alturas" Le dije "sensatamente"

Pero obvio, aquel insecto no tenia cabeza para mirarme, se veía muy concentrado siguiendo sus propios pasos, moviendo sus manos de un lado a otro, tocándose constantemente la cabeza, una que otra vez se tocaba la cara como si se secara las lágrimas y no quise pensar lo que le provocó llegar hasta ahí.

"¡Ea señor insecto de tenis rojos! Aquí abajo, aquiiii no esta solo ud!" Le grite con mas ahínco mientras los otros automovilistas me veían como una catarina que había perdido la razón (que por cierto, aquel día, quién sabe donde demonios la había dejado, debo confesarlo)

Con tanta fuerza expresé mis ánimos que logré que aquel insecto suicida mirara hacia donde yo estaba, y por fin nos encontramos las caras.
Yo no dejaba de agitar mi mano y sonreírle como si fuésemos viejos amigos, por un instante se quedo inmóvil mientras yo seguía gritándole que no estaba solo.

Al entender mi mensaje el amigo suicida se sentó a llorar, eso si se vio clarísimo, y quise volar hasta donde sus alas vibraban de tanto sollozo para poder acompañarlo, pero como todo lo que empieza termina, inicio la fluidez del el trafico y me alejé de aquel lugar sin perder de vista a mi amigo suicida.
"Adiós amigo suicida! No se vaya a ud. a caer! Yo vendré todos los días a saludarlo"

Le dije mientras ponía mi mano sobre mi frente en forma de visera para contemplar bien clara la sonrisa que le había logrado arrancar.

Al siguiente día, lo busqué nuevamente, y con sorpresa lo encontré muy erguido y con unos binoculares colgados en su cuello, agitando también su mano. Así fue como el amigo suicida me robo una sonrisa en medio del tráfico. Y cada día que pasa, nos buscamos a lo lejos, sólo agitando las manos para saber que uno no esta solo en este mundo bestial.

Así que, si un día tienes un problemas, no dudes en agitar tu mano hacia el cielo, allá arriba siempre habrá alguien que te devolverá el saludo.

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